Don Alejandro

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Don Alejandro, el abuelo de un amigo de la infancia, era un hombre callado.
Cada vez que pasaba por la puerta de su casa, lo veía trabajando en algún mueble. Él tenía un tallercito donde reparaba muebles viejos y era muy raro verlo haciendo otra cosa. Siempre concentrado en su trabajo, con la mirada fija en la sierra o el martillo.
Mi mirada, en cambio, se fijaba en otro detalle cada vez que lo veía trabajando: la exagerada cantidad de pelos que salían de sus fosas nasales. Eran como dos pequeñas pelucas asomando.
Me paraba en el portón y luego de un saludo poco efusivo, lo veía diez o quince minutos haciendo lo suyo. A él no parecía molestarle, es decir, seguía con su trabajo callado. Pensaría que mi motivación era aprender algo de su oficio, o que simplemente estaba maravillado por su destreza con las herramientas. ¿Qué hubiera pasado si Don Alejandro hubiese sabido que, en realidad, yo estaba encandilado como un venado por una linterna, una linterna con excesivo vello nasal?
Lo mio era una especie de trance en el que me quedaba sin respuesta al ver esa nariz superpoblada, una especie de miedo y fascinación.
Una vez le pregunté a mi amigo sobre el tema y me dijo que en realidad era que el bigote le crecía muy arriba y especificamente desde dentro de la nariz. "¡Pucha!" le contesté "¡Si el bigote le creciera un par de centimetros más abajo hubiera sido el Tom Selleck argentino"

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1 comentario:

malditas musas dijo...

tomasín, me gusta ese narrador enano y contemplativo... seguilo y que nos cuente más cosas.

bss
musa